Hoy te traigo una historia potente, de las que tienen un lado místico y otro terrorífico. Tiene que ver con la espantosa muerte de James Dean y su pasión por las carreras. Eran los maravillosos años 50 y James Dean gozaba de su fama como actor y se dedicaba en su tiempo libre a pilotar coches de carreras, auténticos cohetes de la época.
James se compró durante el rodaje de la película Gigante un Porsche 550 Spyder para correr en Salinas, California. El pequeño Porsche pesaba unos 550kg y su motor entregaba unos poderosos 110cv de potencia. Era un coche muy rápido. James Dean quiso que su coche fuera único, como el y le encargó al gran George Barris que lo personalizara. Este le puso asientos de tela escocesa, dos rayas rojas en la parte trasera sobre la rueda y el número 130 sobre el capó. Se le apodó Little Bastard por la extrema dificultad que suponía conducirlo.
Se acercaba la fecha de la carrera para la cual James se había comprado el Little Bastard. Unas semanas antes James hizo un anuncio en el que recomendaba la conducción responsable. En dicho spot televisivo tenía que decir "Conduzca con cuidado, puede que la vida que salve sea la suya" pero cambió "suya" por "mía" (notarás la ironía del destino más adelante). Unos días más tarde, justo una semana antes de la carrera; nuestro protagonista coincidió en un restaurante con el actor Alec Guiness que se animó a ver el coche y le advirtió que si seguía conduciendo así, moriría la semana próxima.
El 30 de septiembre, James Dean y su equipo de mecánicos se pusieron en marcha para llegar a la carerra de Salinas. El Porsche Little Bastard tenía que ir en el remolque del camión, pero james quería conducirlo para cogerle el punto justo, le acompañaba el mecánico primero del equipo. Durante el trayecto, la policía le multó por exceso de velocidad, le pillaron a 105 km/h en una zona de 89 km/h, una minucia. Conforme avanzaron dejaron atrás al camión que les seguía y pararon en una gasolinera, donde James y su mecánico coincidieron con unos amigos y rivales suyos para la carrera. Ellos advirtieron que era muy peligroso conducir ese coche por carretera abierta, pues debido a su color plateado y a que el coche era realmente bajo, este era muy difícil de ver sobre el asfalto gris. James hizo alarde de su fama de rebelde sin causa y desoyó las advertencias, las últimas advertencias.
George Barris decidió comprar los restos del coche a la aseguradora. Cuando lo estaban descargando en el taller de Barris, Little Bastard, se descolgó y se cayó encima de un mecánico fracturándole ambas piernas y dejándolo en silla de ruedas. El motor y la caja de cambios se vendieron por separado a dos pilotos de carreras, que mientras competían en la misma carrera, chocaron el uno contra el otro y morían en un grave accidente. Barris también vendió dos ruedas a otro piloto de carreras. Estas reventaron durante una prueba de velocidad, el piloto se estrelló y entró en coma. Por si fuera poco dos ladrones resultaron heridos de gravedad por los restos del coche cuando estos intentaron robar un volante y uno de los asientos.
Barris empezó a pensar que el coche estaba maldito y decidió deshacerse de él, pero contactó con él la policía de tráfico de California, para exhibirlo en charlas de seguridad vial. Se llevó a un garaje que salió ardiendo por completo, pero el coche resistió a las llamas y se llevó a otro lugar.
También fue exhibido en un instituto de secundaria de la zona, donde el coche se cayó del expositor y rompió la cadera a un estudiante. Barris, harto del coche, lo mandó a un desguace. De camino a Nueva Orleans un turismo chocó contra la parte posterior del camión que lo transportaba, el Porsche le cayó encima. El conductor del turismo es la última víctima mortal que se conoce del Little Bastard.
Espero que esta historia de misterios sin resolver no te haya hecho perder el tiempo y gracias por leerla. Un saludo pendejos!
P.S.: Si te mola la historia, compártela!
Y gracias a Javier Costas por indagar tanto en la historia.
Bff, que mal rollo!
ResponderEliminarParece que tenga vida propia el cabrón!
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